Comentario
A comienzos del siglo XVI, la Hansa comenzaba a evidenciar síntomas de decadencia. Las rivalidades entre sus ciudades la debilitaron y mantuvieron un proceso de continua centrifugación, en el que se rechazó el sometimiento a directrices comunes. En 1518 la Dieta hanseática aprobó la salida definitiva de 31 ciudades, y poco después la Reforma proporcionará más motivos de división. Simultáneamente, las nuevas potencias económicas que surgieron en el ámbito de sus operaciones eran cada vez más capaces de defender sus propias posiciones. En 1494, la conquista de la República de Novgorod, donde existía una factoría de la Hansa, por el zar Iván III, supuso un duro golpe para el conjunto de la Liga, que fue expulsada, aunque benefició a algunas de sus ciudades -como Riga o Reval- y al comercio holandés. A pesar del esplendor de Lübeck, la capital de hecho, y de que Hamburgo y Danzig alcanzasen en el siglo XVI su mejor momento, la Hansa ocupaba cada vez posiciones más secundarias.
Por otro lado, la Unión de Kalmar mantenía desde 1397 en unas mismas manos las tres Coronas de Noruega, Suecia y Dinamarca, que tenía la posición dominante. El control de los pasos del Sund daba a esta formación política una envidiable posición estratégica frente a los demás rivales de la zona; y los fuertes peajes le permitían mantener una gran flota con la que enfrentarse a la Hansa. Gracias al ataque victorioso a Lübeck, la Unión fue capaz de imponer a la Liga hanseática, por la paz de Malmó de 1512, el pago de una importante indemnización de guerra y la promesa de no intervenir en los asuntos internos. Sin embargo, los síntomas de descomposición se multiplicaban. El poder del rey era más nominal que real frente a la nobleza y la Iglesia, y las Coronas de Noruega y Suecia aceptaban mal la hegemonía danesa. Mientras que aquélla resultaba relativamente fácil de dominar, Suecia mantenía fuertes posiciones autonomistas y no aceptaba más que ser gobernada por autoridades locales. Pese a todos sus compromisos, la Hansa apoyaba a Suecia en su deseo de debilitar todo lo posible la Unión y no permitir un gobierno conjunto fuerte que controlase los estrechos del Sund, cuyo paso libre era vital para su desarrollo comercial.
En tal situación, los intentos del rey Cristian II (1513-1523) de fortalecer su poder, someter a nobleza e Iglesia con el apoyo de los sectores campesinos y burgueses y eliminar la autonomía sueca, provocaron una sublevación general que terminará con la Unión de Kalmar. Las aspiraciones autonomistas de Suecia fueron vencidas por el rey Cristian, siguiéndoles en noviembre de 1520 las terribles represalias conocidas como "el baño de sangre de Estocolmo", que provocaron al año siguiente la sublevación sueca, acaudillada por Gustavo Vasa. Mientras, en Dinamarca las reformas políticas, económicas y sociales de Cristian II, que pretendía hacer tributar a la nobleza y a la Iglesia, originaron una revuelta nobiliaria que terminó en 1523 con la deposición del rey, pese al apoyo de su cuñado Carlos V, y la sustitución por su tío Federico I de Oldenburgo. El nuevo monarca concedió la independencia a Suecia y reconoció a Gustavo Vasa como su rey. Sin embargo, la Escania, al Mediodía de la península escandinava, continuará siendo danesa, por lo que Dinamarca continuará manteniendo el control de los estrechos del Sund, con los beneficios económicos y militares consecuentes.
Estos hechos tendrán una serie de consecuencias en la Europa septentrional. Por una parte, el rey exiliado intentará por todos los medios la recuperación del trono perdido. Contará para ello con ayuda holandesa, que de ninguna manera quería facilidades para la Hansa, a la que pretendía sustituir. La derrota final de Cristian, en 1532, supuso la de sus aliados, a quienes en 1523 ya se les había prohibido el paso por el Sund en represalia, mientras la gobernadora de los Países Bajos, María de Habsburgo, firmaba con Dinamarca en 1533 el Tratado de Gante, por el que se añadía al nuevo permiso de circulación por los estrechos una alianza frente a la Hansa, enemiga común. Desde entonces, la Hansa languidecerá hasta su desaparición.
Los nuevos reyes, Gustavo de Suecia y Cristian III de Dinamarca, recurrirán a los bienes de la Iglesia para fortalecer sus posiciones frente a una nobleza levantisca que no aceptaba un poder efectivo del monarca. El fortalecimiento del Estado se une así a la Reforma luterana en los países escandinavos, donde previamente ya existía un caldo de cultivo, sobre todo entre los comerciantes que habían frecuentado los puertos hanseáticos. En la Dieta de Västeras de 1527 Suecia adoptó el luteranismo como religión oficial, y lo mismo hizo Dinamarca en la de Copenhague de 1536. En el mismo año acogieron el mismo credo Islandia y Noruega.
El conflicto báltico entró en conexión con las rivalidades continentales, y, en 1541, Cristian III de Dinamarca firmó en Fontainebleau un tratado de alianza con Francisco I, de resultas del cual surgió un ataque conjunto a los Países Bajos. El resultado fue la imposición por Carlos V, en el Tratado de Spira de 1544, de la internacionalización del paso por el Sund y la fijación de una tabla de tarifas para los navíos de cada potencia.